Memories del meu barri.
per Miquel Àngel Vadell i Coll
Año 1950. Emigramos desde Palma de Mallorca a Mataró. Tenía dos años. Fuimos a vivir a la calle Velázquez y después a la calle San Cugat, donde estuvimos dos años.En aquella época el barrio de Cerdanyola (llamado también Pueblo Seco) era el que más crecía, ya que a parte de estar cerca del centro estaba bien comunicado debido a la linea de tranvía Mataró-Argentona, que tenía una parada en un grupo de chalets donde hoy está la plaza Isla Cristina.
Se comenzaban a vender terrenos, la mayoría a gentes que procedían de la emigración que llegaba de Andalucía, Murcia, Extremadura, Valencia y otras partes, incluso algunos de las propias provincias de Cataluña. Eran lo tiempos duros de la postguerra, gente con muchas necesidades marchaban a las grandes ciudades buscando trabajo y mejores condiciones de vida para sus hijos. La situación en Mataró era muy esperanzadora, su fuerte empuje industrial, hicieron que se formaran empresas muy importantes algunas superaban los 350 empleados en su platilla. Así que solo faltaba salir a la calle para ver carteles demandando aprendices, operarios, oficiales. Llegabas hoy, y al día siguiente ya podías comenzar a trabajar en algo.
Todos los que llegaban y se alojaban en habitaciones alquiladas en el casco antiguo, deseaban tener su propia casa. Barrau, Domingo Biada y otros, vieron la oportunidad de hacer negocio y comenzaron a vender terrenos que previamente habían comprado a los propietarios que debido a la filoxera, habían ido abandonando el cultivo de los viñedos. Era por tanto un barrio con mucha potencia de crecimiento. Lo que dio lugar a la especulación y los abusos, calles estrechas, sin salidas, terrenos con fachadas estrechas y toda clase de desaguisados. No había agua potable, ni luz, ni alcantarillas, pero el sueño de todos en esa época podía con todos los inconvenientes, lo más importante era tener cuadro paredes donde vivir.
Mis padres compraron un terreno en la calle Trinidad, enseguida toda la familia nos pusimos a trabajar, una vez cavados los cimientos, encargamos al Sr. Miguel, de la calle Domingo Sabio, carros y carros de piedra y de arena, después, cemento, ladrillos y demás materiales. Unas veces se las encargábamos al Sr Melero de la calle Mª Auxiliadora y otras al Sr. Berrocal, que tenía el almacén en la calle Valencia.Una vez terminados los cimientos, con la ayuda de algún albañil comenzábamos a subir las paredes. Naturalmente esto ocurría los días de fiesta, lo que permitía que toda la familia nos convirtiéramos en ayudantes de albañil.
En algunas ocasiones aprovechábamos, vigas, mosaicos y puertas de obras que se efectuaban en el centro, en esa época todo se aprovechaba. Luego se hacía el pozo para las aguas residuales y una vez finalizadas las partes más importantes, entrábamos a vivir. Como no había electricidad, usábamos lámparas de aceite y velas, el agua se cogía de la salida de una mina que existía en la parte alta de la calle Trinidad.
El tiempo pasaba y cada vez iba llegando más emigrantes, Mataró era una ciudad que necesitaba mucha mano de obra, la incipiente recuperación industrial había hecho que surgieran muchas empresas, de textil, talleres auxiliares, vidrio, metalúrgicas. Las empresas tenían mucha faena y siempre podías hacer horas extras cuando no en tu propia fábrica en otra cualquiera, cuando no con las patatas o recogiendo claveles. El importe de esa horas y las pagas extras eran una buena ocasión para comprar materiales y darle un nuevo empuje a la casa.
Por entonces el Sr. Mataró y el Sr. Moragas, habían hecho una asociación de consumidores de agua a través de una compañía que habían fundado unos años antes y a través de ella pudimos tener por fin agua corriente. Luego se comenzó a poner los palos que al cabo de poco tiempo nos traería la electricidad a las casas.Las calles continuaban siendo de tierra, una arcilla roja, que cuando llovía se convertían en un verdadero calvario para las mulas que arrastraban los carros, que entonces eran el medio de transporte para la retirada de los escombros y la basura. La calle Gatassa, era un torrente, en el que comenzaron a edificarse casas a ambos lados, sin ningún orden. Cuando salíamos de casa teníamos un metro escaso e inmediatamente el torrente, que cuando llovía con mucha intensidad se convertía en un verdadero peligro ya que arrastraba objetos de toda clase.
Comenzaban a abrirse tiendas de comestibles, la de los Gutiérrez, en la Gatassa; la de la Juliana, en la calle Ancha; la de la Asunción, en la calle Pellicer. En estas tiendas se vendía de todo a granel, y tenían un olor característico, que producía la mezcla de productos de toda clase.
Se construye la vivienda para el capellán, la escuela y el salón de actos de la que iba a ser Parroquia de Mª Auxiliadora.
1956 Primera vez que se celebraba en la parroquia una misa de primera comunión, como puede verse al aire libre, en el patio y espacio que hoy ocupa la iglesia, que comenzaría a construirse más tarde y que tardaría varios años en finalizarse.
También comenzaron a celebrarse las primeras fiestas del barrio, con motivo de la festividad de Mª Auxiliadora, con un presupuesto de unas 8.000 pesetas de la época y mucha voluntad, teníamos, baile, juego de cucañas para todos los niños del barrio, que se celebraban en el patio del colegio y como no la procesión de Mª Auxiliadora con la imagen de la iglesia de los Salesianos. También teníamos cine y festivales de música en los que solía venir Matilde la Galleguita, del grupo de la ONCE, que cantaba canción española acompañada por un guitarrista y un acordeonista. Una fiesta sin muchos lujos pero que servía para olvidar las penurias de la época y poner en contacto la vecindad.
Existía entonces una fuerte solidaridad, la que existe entre los menos afortunados, todo el mundo ayudaba a sus vecinos en las tareas de construcción de las casas que se hacían poco a poco y a base de tantos sacrificios. Recuerdo cuando al pasar por las calles escuchabas las canciones de Antonio Molina, Farina, Marifé de Triana, Lola Flores, que salía de los aparatos de radio. También recuerdo la navidad, cuando las familias se reunían en las casas hasta altas horas de la madrugada y los grupos de jóvenes por las calles cantando villancicos ayudados de zambombas y panderetas.
Poco a poco mejoraron los tiempos y ya algunos comenzaban a desplazarse en bicicletas, coemenzaban los primeros ciclomotores, los Gac, Derbi, Torrot, Vespino, siguieron los micro coches, los Issetas, los Biscuters, luego vendría las primeras motos, alguna con sidecars: Lambretta, Gutzi, Vespa, Sangla, Iso, Mymsa, Ossa, Montesa, Bultaco...y a continuación llegaron los primeros coches, 4x4, 2 caballos, el 600, 850, R8, 1400. Finalmente, las primeras TV: Iberia, Telefunken, Marconi, Inter, Philipps, eso sí todas en blanco y negro y con un solo canal.
Recuerdo que en la época de verano, en lo que hoy es la plaza Isla Cristina, se establecían puestos de melones y sandías. Por las calles pasaban a diario los "cacabueteros", con toda clase de frutos secos y diferentes helados entre ellos el Koki (un cucurucho a base de merengue, que hacían las delicias de los que podían permitírselo, que eran más bien pocos. También recuerdo perfectamente como algunos días subían las perreras del ayuntamiento a cazar los muchos perros que vagaban por el barrio, para evitar la posibilidad de que fueran portadores de rabia, para todo el mundo era un verdadero espectáculo ver la habilidad de los encargados de apresarlos.
En aquella época los niños, a pesar de la falta de todo, no teníamos el peligro que existe hoy. Todo eran campos de viñas, algarroferos, pinos, almendros y otros árboles frutales, en los que en la mayoría de las veces, no llegaban a madurar sus frutos. Se jugaba a pelota en medio de las calles y en el solar de lo que hoy es la plaza Gatassa. A parte de los juegos de que disponía la parroquia, nuestros juegos eran las bolas, los trompos y alguno que otro un patinete, construido con cuatro tablas y algún que otro cojinete que nos facilitaban los dueños de ciclos Pitu y Martínez. Algunos más habilidosos, construían arcos y flechas de las varillas de los paraguas estropeados, con el consiguiente peligro para la integridad del resto, aunque la verdad es que nunca se produjo ningún accidente.
Esta foto está tirada en la calle Ancha, justo donde comienza, que hace esquina con la plaza Gatassa.
Todo y que el barrio iba evolucionando a mejor, por su propia inercia, todos éramos conscientes, de que no se debía tirar de nada. La ropa se remendaba y a los zapatos se les ponía media suelas nuevas y hasta el próximo remiendo. Todo lo que no podía aprovecharse, se guardaba y se vendía a los traperos, que venían ofreciendo sus servicios por las calles, a ellos se les unía, el paragüero, el afilador, los vendedores de colonias y otros productos. Los fines de semana las calles estaban llenas de cobradores, de la luz, del Ocaso, del agua, de los créditos Iluro, Barrau, cobrando las cuotas voluntarias del precio de la parcela.
En los patios de las casas casi todo el mundo criaba algunas gallinas y conejos, cuyas pieles se vendían al conejero que tenía el almacén enfrente de la parroquia, que las colgaba a secar al aire libre, lo que dio pié a muchas quejas, ya que al mal olor, había que añadir las molestas cantidades de moscas que eran atraídas.
Con los años mi familia vendió la casa de la calle Trinidad y acabamos en la calle Gatassa, 43, esta vivienda todavía se conserva igual, aunque ahora es de otros propietarios. Actualmente vivimos en la calle Maragall, así que llevamos casi 60 años en el barrio y hemos vivido toda su transformación hasta llegar al día de hoy.
También me agradaría contar, que muchos vecinos del barrio, nos sentíamos en muchas ocasiones ciudadanos de segunda, ya que a pesar de pagar los mismos impuestos que se pagaban en el centro, no disponíamos de los servicios básicos más elementales y se tardaron demasiados años en conseguir un nivel de igualdad aceptable. También quiero dejar constancia, de que la emigración es es ni mucho menos agradable para nadie, dejas tu familia, tus amigos, tus vecinos, tu casa, tu ambiente y llegas a un lugar desconocido, en unas condiciones miserables. A pesar de proceder de sitios tan distintos, en cuanto a costumbres y manera de ver la vida, hay que destacar que la solidaridad hacía que reinase una convivencia raras veces rota, a pesar de que la vida no era nada fácil en dichas condiciones.
Releyendo estas líneas sobre la historia que yo viví, es posible que a muchos de los que vivieron aquella época del barrio, os venga un cierto sentimiento de nostalgia agridulce. Agrio, porque vivimos muchos momentos muy duros, y dulces, porque sentíamos el orgullo de estar construyendo un barrio nuevo, un barrio que nacía con el esfuerzo de los que ya estaban y los los que fuimos viniendo en diferentes oleadas, porque la convivencia era diaria, se compartía lo bueno y lo malo, todos nos conocíamos, aún recuerdo las largas noches de fin de semana sentados en las puertas de las casas, donde cualquier motivo por simple que fuera era una ocasión par comenzar y compartir una fiesta. Por todos esos momentos irrepetibles, es por lo que me siento orgulloso se seguir en el barrio que me vio crecer y que ha visto nacer y crecer también a mis hijos.
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