OTRAS HISTORIAS

martes, 24 de enero de 2012

VILLA NURI Y AGUAS GATASSA



La foto de arriba corresponde a "Villa Nuri", que se encuentra en el nº 30 de la calle Major, su propietario Francisco Márques Novell y su señora Antonia Riera Cabot, construyeron la casa el año 1947 y al año siguiente vinieron a vivir a ella, donde vivieron con sus tres hijos Montse, Jaume y Nuri, la primera aún reside en ella a sus casi 80 años, lo que la convierte en una de las vecinas más antigua de nuestra barriada.
La segunda era donde tenía el pozo, una compañía que nunca averiguamos a quien pertenecía, llamada aguas la Gatassa, que suministraba agua a una parte de los vecinos de Cerdanyola. Estaba en unas condiciones deplorables, sin garantías sanitarias y con ratas merodeando por todas partes ya que se encontraba justo en la Riera de Argentona, lo que dio lugar a una epidemia de tifus que afectó a muchos niños del barrio. A pesar de lo ocurrido continuó suministrando agua como si tal cosa, sin que se conocieran sanciones ni responsabilidades de ningún tipo.

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Sesenta años más tarde la barriada vuelve a convertirse en un verdadero Gheto, después de atomizar las muchas mejoras que con  su esfuerzo, trabajo y no pocas luchas políticas, se habían conseguido a partir de los años setenta.
Lo más lamentable de todo, es que unos cuantos, hayan conseguido poner en contra de los nuevos emigrantes a muchas de las personas que ya no recuerdan lo mucho que pasaron, aunque no son ellos los culpables, sino los políticos, que una vez más han mirado para otro lado y no han puesto ni la cuantía, ni los medios necesarios, para que la clase más necesitada del barrio no viera mermadas las ayudas a sus necesidades, tan acuciantes como las de los recién llegados.
En lo concerniente a datos y crónicas, me he servido del archivo provincial de la ciudad y en los periódicos de la época que en él se conservan.
Estos periódicos, en su mayoría, y sobre todo a partir de la finalizar  la guerra civil, son de marcado tinte franquista y apenas contienen referencias sobre el barrio hasta prácticamente el año 55, aunque con anterioridad se encuentran algunas noticias sueltas de algún residente que había cometido algún acto sancionable, más de uno terminaban en el hospital y eran transcritos con toda clase de detalles en los que se incluían los datos personales e incluso familiares.
Circunstancia que producía más rechazo entre los autóctonos, que inmediatamente nos culpaban a los emigrantes de todos los males  que se cernían sobre la ciudad, incluyéndonos a todos en la lista de borrachos y pendencieros.
Tal como pasa hoy nuevamente, muchos de los que llegábamos aquí, descubríamos una realidad muy distinta al paraíso que nos habían contado, y tuvimos que adaptarnos a unas condiciones de vida y de trabajo muy degradantes y descorazonadoras, en muchos casos como en el mio particular, muy por debajo de las de procedencia, Antequera era y es, una ciudad mucho más luminosa más atractiva y aunque no tenga mar, mucho más bella.
Vivir en condiciones infrahumanas, amontonados en habitaciones de cuatro metros cuadrados, sin enlucir, con el suelo de tierra, sin agua corriente, sin alcantarillado, sin electricidad, sin aceras, sin sanidad, -viendo a tu madre llorar a diario, impotente ante el sufrimiento- te creaba un estado de tristeza y de rechazo muy difícil de sobrellevar.
A todo eso, le tenías que añadir el desprecio y las constantes humillaciones a las que nos veíamos sometidos y que tenías que soportar estoicamente, por el solo hecho de que nos habían obligado a venirnos buscando una mejora de vida, que te era negada en tu tierra de nacimiento y sin la más remota posibilidad de retorno.
Los sentimientos  de rechazo e impotencia aumentaban con el paso de los meses, y daban paso a unas relaciones sociales que con frecuencia acababan en innumerables conflictos de todo tipo.
Algunos, muy pocos, tuvieron suerte desde el primer día y toparon con personas que les ayudaron, pero otros no tenían tanta suerte y como cada día llegaban más emigrantes, pronto llegó lo peor, la falta de trabajo para todos y comenzaron a formarse bolsas de familias que carecían de todo y que tuvieron que vivir de la caridad y solidaridad de sus vecinos.
En paro, sin cobrar, sin seguridad social y con hijos pequeños tirados en pleno campo, que es donde nos encontrábamos, la situación empeoró, y los conflictos comenzaron a multiplicarse. Familias enteras  dependían en exclusiva de la ayuda que les prestaba la Conferencia de San Vicente Padul, de la parroquia de San Juan y San José a la cual pertenecíamos,  gracias a ello algunas familias pudieron sobrevivir.
No, definitivamente, esta no era la tierra prometida, algunos se marchaban a Alemania y Francia, algún valiente volvió a su tierra y otros no tuvimos más opción que liarnos la manta a la cabeza y aguantar el chaparrón, hasta que años después y tras una continuada lucha el horizonte comenzó a aclararse.

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